Debajo de mi árbol protector, viendo cómo se aclaran los colores del cielo y titiritando de frío, saco del bolsillo un cigarrillo que fumo para apaciguar el hambre.
Un penetrante frio alcanzaba llegar a mis huesos, quebrándome hasta el punto de titiritar, sin embargo yo permanecía estupefacto, con mi abrigo al alcance de mi mano.