Para él, el proletariado revolucionario no pasa de ser una chusma envidiosa, haragana, producto de las grandes urbes, el verdadero detritus de los pueblos blancos.
Espacios que otrora fueron centro de una actividad intensa, lugar de una productividad exitosa, escenario de trabajo colectivo, han quedado como depósitos de detritus.
Según se ha indicado anteriormente, la utilización heterótrofa de la producción primaria en ecosistemas maduros implica en gran parte el consumo lento de detritus.